EL GRUPO VARIOTINTO FUE EL PRECURSOR DEL COLECTIVO BREZO. Fernando Aragón
Castaños de Igualeja
En nuestras salidas iniciales participaban un montón de
amigos y amigas, algunos incluso
acompañados de sus hijos, hoy ya hombres, de ahí el primer nombre con el que de forma desenfadada nos
bautizamos, “Grupo Variotinto”. Nos centrábamos más en realizar itinerarios que
en la práctica de la fotografía, aunque
poco a poco nos íbamos decantando por esa actividad.
Almuerzo en la Venta de Puerto Gali. Estrenamos camisetas
Los sábados de campo siempre empezaban con un desayuno generoso en una venta. Las más frecuentadas fueron El Frenazo, con nuestros amigos Quico y Jesús, La Cantina en Castellar, Andrés siempre nos ofrecía esa maravillosa variedad de panes y esa fuente de “pringá” para untar, El Zocato donde además nos llevábamos siempre nuestro cupón de la ONCE, que por cierto nunca nos tocó y algo más alejada, la de Puerto Gali con José Francisco y Carlos siempre dispuestos a contarnos interesantes historias.
Mesa larga, formada
con la unión de varias pequeñas, cafés, en mi caso menta poleo, tostadas con
aceite o manteca colorá, copita de anís y tertulia. A nadie se le podía ocurrir
mirar la televisión. Eso no era para la ocasión.
Y los temas surgían. Opiniones, puntos de vistas y
discrepancias se iban exponiendo siempre sin perder de vista el sentido del
humor. Las risas eran continuas y el tiempo volaba.
Alguien tenía que dar la voz de alarma.
_ ¡¡¡ Quillo !!! … Que son las … ¡¡¡ Vámonos ya!!!
Y entonces, deprisa y corriendo subíamos a los coches para
trasladarnos al lugar fijado. Con mejor o peor indumentaria adaptada al
senderismo, íbamos provistos de mochilas, de guías de campo, prismáticos y la
mayoría, con una cámara fotográfica.
Ahí empezó el trasiego de la adquisición de réflex digitales y de sus correspondientes objetivos. Todos
aprendíamos de todos, hoy lo llamaríamos aprendizaje cooperativo. El papel de iniciático lo
desempeñó Manolo Roca que por cierto, siempre se pasaba en prodigar excesivos
cuidados a su equipo.
―¿Cómo estás tirando?
―En
P
―No,
tira mejor en A
―¿Y
a cuánto de diafragma?
―Ponle
f4,5
―¿A
cuántos isos?
―A
200
―Yo
no puedo, me da una velocidad de 15 y no me traído el trípode.
Alfonso, de fondo, con sus prismáticos, despreocupado del
dominio técnico de las nuevas máquinas, probablemente era el que más disfrutaba
ya que únicamente observaba sin preocuparse de ninguna otra cuestión. Cuando
nos veía enfrascados en la tarea, reía y
nos decía a voz en grito
― ¡Ponerlas a mil por hora! Que seguro que os sale bien...
Eran casi los comienzos de la era digital. Pasar de las
analógicas de toda la vida a estas máquinas, nos parecía algo increíble. De
pensárselo mucho antes de disparar y gastar una foto o una diapositiva –
todavía más cara- a disparar todo lo que
se apeteciera, que en esa tarjeta Compas Flash cabían un montón, había un
enorme abismo. Disparábamos como si no
hubiera un mañana.
Esto también tenía su lado negativo. Luego en casa, había que
perder un montón de tiempo borrando y borrando las fotos que, o estaban
súper repetidas o eran una auténtica
birria. Cuando nos daba mucha pena borrar alguna, la indultábamos
calificándolas como “foto testimonial”. Que más o menos quería decir, eso que
se ve ahí, es un… y había que explicarlo.
Durante mucho tiempo fuimos especialistas en huidas. Traseros
y más traseros, sobre todo de pájaros.
Siempre los pillábamos escapando de nuestra presencia. Todavía no habíamos
descubierto los hides y pensábamos que andando, charlando y riendo, los
animales iban a posar para nosotros. Que ingenuos...
Caminado en el bosque
Recuerdo un intento de fotografiar la berrea en Castellar que fue bastante gracioso. Nos levantamos de madrugada para estar en el campo antes de que amaneciera. Aquel día éramos un grupo numeroso. Con bastante sigilo nos acercamos a donde se oían los bramidos de los ciervos. Era aún de noche. Sin duda estaban muy cerca. Pero todo no iba a salir bien. Una alambrada nos cortaba el paso. Había que saltarla. Yo nunca me he distinguido por disponer de esas habilidades físicas. Lo que para todos es fácil, para mí en muchas ocasiones es casi un imposible. Todos mis amigos lo saben y siempre están prestos a echarme una mano para superar las contingencias.
Levanté la pierna derecha y como era previsible me enganché. Trabajo me costó soltarme y volver a la posición inicial. El amigo Antonio me regañó con cierta sorna y con predisposición de docente me dijo que lo observara a él y aprendiera como había que hacerlo.
Todos los compañeros estaban pendientes de la escena.
Antonio, sin dilación, sabiéndose observado y deseoso de hacer una auténtica exhibición, se dispuso
a superar la alambrada con tan mala
fortuna que se enganchó y se cayó de bruces al suelo haciendo un ruido
tremendo. Se dio lo que aquí conocemos como un “zaleazo” de campeonato.
Y ahí acabó la jornada de berrea. Entre el ruido de la caída
y las carcajadas de todos los expedicionarios, los animales echaron a correr
como alma que les lleva el diablo, que para ellos no es “cuestión baladí”, se
juegan literalmente la vida.
También intentamos fotografiar plantas. Las plantas no volaban ni corrían así que pensamos sería más fácil. Nos hicimos con objetivos macro y nos lanzamos a la tarea. Sin embargo no contemplamos un factor muy determinante para llevar a buen término nuestro objetivo, el viento. Ese viento que a más pequeña que sea la flor, más provoca su movimiento. Aquellas cámaras no daban las prestaciones de las de hoy en día, por lo que nos resultaba tremendamente difícil hacer una foto, llamémosle aceptable.
Entonces agudizamos el
ingenio. Además del trípode, que entonces no existían los de carbono ni cosa
por el estilo, eran pesadísimos y enormes, nos pertrechamos de cartones para
rodear a la planta a fotografiar o incluso cargamos con esos protectores metálicos
que se utilizan para preservar el fuego de los campin gas… No dimos con la
tecla. Lo único fácil de fotografiar con el macro eran las setas. Esas no se
movían.
En esto de la afición por las plantas tuvo mucho que ver
nuestro amigo Juan Antonio, de sobrenombre "El Catedrático” quien nos
ilustraba con su extenso conocimiento sobre la flora de nuestros campos.
―
Esas bolitas rojas que
veis en ese arbusto es el majoleto. También se le llama majuelo o espino
blanco. Tiene muchas propiedades medicinales, sobre todo es bueno para el
corazón―
Y cogía una y se la comía.
Así iba todo el camino. Me encantaba oírlo y aprender de sus
comentarios.
Es
importante conocer la flora y la fauna de los lugares que visitamos ya que eso
nos permite entender y valorar el lugar
donde nos encontramos.
Siempre recuerdo un ejemplo magnifico que Cristina, entonces
responsable de Huerta Grande, les contó a mis alumnos del Pablo Picasso.
―
El campo es como un
libro. Si tú no sabes leer, pasas las páginas viendo solamente letras que no
tienen sentido alguno. Seguro que verás todas las páginas iguales y te
aburrirás. En el campo pasa igual. Si no conoces los árboles, las plantas, los
animales… todo te parecerá igual y también te aburrirás. Pero al igual que si
sabes leer disfrutarás con un buen libro, conforme vayas aprendiendo más sobre
la naturaleza, más disfrutarás en el campo ―
Reunión de trabajo del fin de la temporada 2008
No puedo cerrar este capítulo sin mencionar a un compañero
tristemente desaparecido a pesar de su juventud. José Antonio Nadales, “Chico”
para todos los que le queríamos. Amigo entrañable lleno de vitalidad y buen
humor, dispuesto siempre a ayudar y aportar su ingenio en cada actividad. Aquí
lo tenemos riéndose como era su estado habitual. Jamás lo olvidaremos.
Pero…. el tiempo, siempre inexorable, fue pasando y el grupo poco a poco fue disgregándose. Unos por cuestiones
familiares, otros por preferir el caminar de manera más rápida y no tan lenta
como provocábamos los fotógrafos, alguno por abandonar la afición fotográfica… sea por lo que fuese, nos fuimos quedando los
que después pasaríamos a ser el Colectivo Brezo.
Pero eso es otra historia que ya contaremos en otro momento.
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