De Baleares al Estrecho de Gibraltar. Enrique Emberley.


 

Un buen amigo navegante encontró un barco bueno, bonito y barato en Mallorca y había que traerlo hasta Puerto Chico, en La Línea. La tripulación la formamos nueve marineros.  Salimos en avión desde Málaga hasta Palma sin incidencias en el vuelo. La cosa se complicó cuando, al ir a recoger la furgoneta que habíamos reservado en el aeropuerto, la compañía se descuelga con la estupidez de que debíamos dejar de fianza una tarjeta con un saldo de, al menos, 1200 €. Como es natural, después de ratificarles verbalmente su condición de ladrones, tuvimos que buscar otra alternativa al desplazamiento dado que el barco se encontraba atracado en el puerto de Sa Rápita, a unos 40 Km de Palma. Lo único que encontramos fue una Fiat Doblo donde aparte de 8 tripulantes (uno de nosotros voló desde Sevilla y ya estaba en el puerto) teníamos que cargar maletas, herramientas, utensilios de cocina y demás cachivaches. Dos delante con algunas maletas, 4 atrás y otros dos en el maletero sacando piernas y brazos entre los huecos que dejaba el voluminoso equipaje. Las doce de la noche. A la una estábamos arranchando el barco. Tras un corto duermevela nos dirigimos al travel lift (grúa) para sacar el barco del agua y asegurarnos de la calidad de la obra viva (parte del casco cubierto por el agua). Nos quedamos conformes y partimos hacia la península. Para ahorrar algunas millas, decidimos pasar por los Freus, el canal que se encuentra entre Ibiza y Formentera.  Esta primera parte la pudimos hacer a vela, aunque con una mar formada de olas cortas, altas, gruesas y muy asimétricas (típicas del Mare Nostrum) que hacían al barco moverse en todas las direcciones posibles condicionando una navegación bastante incómoda y desagradable. Nada parecido a lo que nos encontramos a partir de Ibiza, donde tuvimos que utilizar motor y vela por las muchas encalmadas que encontramos en toda la singladura.

En toda la travesía navegamos día y noche, estableciendo al anochecer un sistema de guardias de dos horas desde las doce hasta las ocho, dos tripulantes por guardia. Sólo estaba exento el cocinero por razones obvias, había que tratarlo bien para que él nos tratara mejor.

Una vez completado el paso de los Freus entre Ibiza y Formentera nos dirigimos hacia el cabo de la Nao, la lengua de tierra más cercana al archipiélago balear. Al amanecer divisamos tierra, dándonos la bienvenida el peñón de Calpe y navegando cerca de la costa llegamos a la bocana del puerto de Altea. Por radio pedimos permiso a capitanía para poder amarrar tres o cuatro horas al objeto de repostar agua y combustible y comprar algunas cosillas en el pueblo. La marinería del puerto muy profesional y amable. Después de las compras y el descanso, que algunos aprovechamos para ducharnos en las instalaciones del puerto, fuimos a abonar el importe y con mucha amabilidad nos dicen que ha sido un amarre de cortesía y que no debíamos nada. Esto en un puerto de Andalucía es inconcebible, donde te cobran hasta por estar media hora, máxime en temporada alta. ¡Todavía nos queda mucho que aprender y mejorar en nuestra tierra!  En su magnífico libro “La vuelta a España del Corto Maltés” González de Aledo ya hace alusión a la falta de preparación y atención del personal de los puertos de la Agencia Pública de Puertos de Andalucía. Tuvimos ocasión de comprobarlo en Fuengirola.

          Una vez pertrechados arrumbamos directo al cabo de Palos, por lo que nos retiramos de la costa, aunque aún pudimos ver entre la bruma la monstruosidad urbanística de Benidorm y, ya de noche cerrada, las luces en la lejanía de Alicante y Elche. Nuestra próxima parada estaba programada para Cabo de Gata, por lo que el paso por Palos y la comunidad murciana la hicimos de noche y a muchas millas de la costa.


          Tuvimos mucha suerte con la Luna que nos estuvo iluminando la derrota durante todas las noches. Una de las condiciones meteorológicas que más me impresionaron fue durante una de las guardias de madrugada donde el mar estaba calmado y quieto como nunca en mi vida lo había visto. La Luna se reflejaba sin distorsión alguna y una ligera bruma parecía surgir de las aguas y evaporarse en el aire. Una auténtica preciosidad que parecía de efectos especiales de película. No me hubiese extrañado nada que en un determinado momento hubiese aparecido el Kraken u otro bicho mitológico similar y arrastrara el barco a las siniestras profundidades marinas. Al amanecer las costas de Almería se perfilaban sutilmente por la proa.
                                        

Según avanzaba el día, el sol subía en su meridiana aumentando la sensación de calor y, teniendo enfrente las costas del levante de Almería ¿quién se niega a darse un baño en el Parque Natural de Cabo de Gata?, así que cambiamos el rumbo y nos acercamos a la costa arrumbando directo a la cala de San Pedro. Esta calita está muy aislada y la única forma razonable de acceder a ella es por mar. Allí se asentaba en tiempos pretéritos una pequeña comunidad que vivía de la pesca y de los diversos recursos que les proporcionaba el Mediterráneo. Según cuentan, un día una tormenta inesperada sorprendió a los hombres en alta mar y ninguno de ellos volvió al poblado. Las mujeres abandonaron el lugar y se asentaron en el poblado más próximo. Como era habitual en la época, todas vestían de riguroso luto y de ahí el nombre que adquirió la población desde entonces: Las Negras.

          Cuando arribamos, encontramos unos pocos barcos fondeados y la playa de la cala con mucho personal disfrutando del agua y el sol. Al poco nos dimos cuenta que algunos avispados han encontrado el recurso de llevar a la gente con zodiacs desde Las Negras a la calita y vuelven a las pocas horas a recogerlos con lo que el trasiego de neumáticas a lo largo del día es constante.

          Nosotros largamos el hierro por la proa y nos faltó tiempo para zambullirnos en el agua cristalina, limpia y con una temperatura de 28 grados. Algunos cogimos gafas y tubo y nos dispusimos a investigar el fondo marino. El fondeo lo hicimos a una sonda de 5 metros, por lo que desde la superficie se podía ver con toda claridad el fondo. Pequeños peces de todos los colores posibles se acercaron a investigar qué demonios eran aquellos extraños seres, pero cuando se dieron cuenta que nos les reportaban ningún beneficio en forma de comida, pasaron olímpicamente de nosotros y se dedicaron a sus quehaceres habituales sin concedernos ninguna atención. El fondo estaba formado por una pradera de Posidonia y se podía ver algunos claros y arados causados por el ancla y las cadenas de embarcaciones. La Junta de Andalucía debería montar algunas boyas de fondeo para preservar estos fondos de ensueño. Recuerdos de mi infancia, en los interminables buceos en la bahía de Algeciras, son aquellos sebadales donde vivían peces, pulpos, caracolas, centollas y otras especies que pasaron a mejor vida tras la industrialización de la bahía por la dejadez, la desidia y la incompetencia de los responsables políticos de la época (los de ahora tampoco le van a la zaga).

          En un determinado momento alguien rompe el hechizo y grita las palabras maléficas: - ¡Medusas por babor! Como un solo hombre y disputándose la pequeña escalerilla de subida al barco, aquellos aguerridos marinos huyeron vergonzosamente dejando la dignidad de la tripulación en bastante mal estado. La verdad es que se trataba de un grupo de medusas grandes con aspecto de tortillas de patatas por su tamaño y color amarillo.

          Con verdadera pena dejamos la cala y volvimos a nuestra derrota directa hacia casa. Pasamos Cabo de Gata y marcamos rumbo a Punta Europa, alejándonos otra vez de la costa hasta perderla de vista.

          Tras la corta pero sensacional y merecida parada en la calita de Isla de San Pedro en el Parque Natural de Sierra de Gata, decidimos seguir la derrota más corta que era la loxodrómica Gata- Punta Europa. Alejándonos de la costa, pudimos horrorizarnos ante la visión horrible, fea e inexplicable desde el punto de vista de la lógica, del hotel El Algarrobico. Se asemeja a un monumento a la codicia perversa que no tiene límites, si se trata de acumular dinero sin reparar en destrozos e irreparables pérdidas del patrimonio natural de todos. Ahí sigue en pie y parece que la disputa continúa entre promotores, Ayuntamiento, Junta y Tribunales sin que nadie se atreva a derruir tan monstruosa construcción.

          Al separarnos de la costa, al poco vinieron a saludarnos un grupo de delfines comunes. Durante toda la travesía tuvimos ocasión de contemplarlos, aunque no con la frecuencia que nos hubiese gustado. Los delfines mulares los pudimos ver de lejos, sin que se acercaran al barco. Aparte de las gaviotas patiamarillas, también vimos a las gaviotas de Audouin y los charranes comunes. En alta mar pudimos observar algunas pardelas cenicientas y las pequeñas pardelas baleares. Un encuentro que me lleno de emoción, ya que hacía años que no veía esta especie, fue pasar inesperadamente al lado de un frailecillo que se encontraba a unas treinta millas de distancia en la vertical de Málaga. Pasamos a unos cinco metros de donde se encontraba nadando plácidamente y no se molestó en levantar el vuelo, por lo que pudimos verlo a placer. Nos miró con un cierto desdén, no exento de algo de alarma, pero cuando se percató de que éramos inofensivos, siguió con sus quehaceres, dándonos la espalda y alejándose nadando del barco.

          Las interminables encalmadas nos habían obligado a usar el motor con mayor frecuencia de la que teníamos planeada, así que, en previsión de quedarnos sin combustible si continuábamos sin viento, volvimos a la costa a fin de repostar. Decidimos arribar a Fuengirola. Llamamos por radio a la torre de control del puerto para avisar de nuestra llegada y preguntar por el horario de la gasolinera. Nos responden que está disponible a partir de las cuatro de la tarde. Nos cuadra perfectamente; a las cuatro menos cuarto estamos ya doblando la roja del puerto e iniciamos la maniobra de atraque al muelle. Todo está desierto y cerrado. No hay problema, esperaremos un rato. Al cuarto de hora volvemos a llamar por radio y nos dicen que el operario estará allí en pocos minutos. A todo esto, varios barcos más se colocan en el muelle en espera de que alguien atienda el servicio por lo que empieza a petarse el espacio disponible. Pasan otros veinte minutos. Paciencia, estamos donde estamos, esto no es Alemania. Después de otro tiempo indeterminado, aparece un coche y alguien se baja de él y va abriendo las distintas puertas y surtidores de la gasolinera. ¿No es el coche que estaba aparcado en la puerta de uno de los bares próximos del puerto? Posiblemente. ¿Una disculpa? ¿Una excusa? ¡No! ¡Esto es Andalucía! ¡Y este puerto es de la APPA! (Agencia Pública de Puertos de Andalucía) ¡Ya podemos decir, sin ningún género de dudas, que estamos cerca de casa!

          Sin más dilación, volvimos a la ruta y al poco tiempo nos encontramos una corriente de proa que no nos permite pasar de los tres nudos de velocidad media. Empiezan las discusiones técnicas:

 -Esto es una corriente de marea que luego se invierte y nos ayudará. – dice uno

- En el Mediterráneo no hay mareas fuertes por tanto no pueden originar estas corrientes tan fuertes- replica otro

- Es una corriente topográfica por estar cerca de la costa- responde un tercero

- Es una corriente por diferencias de salinidad- dice otro

- Esto nos indica que estamos cerca del Estrecho y …

Así, entre teoría y teoría, fuimos avanzando por la corriente y ya de noche cerrada alcanzamos a ver por estribor, muy lejos, las luces de Estepona, Sabinillas, el puerto de Sotogrande y a proa La Línea y el Peñón. ¡Qué distinto es el perfil del Peñón desde el mar y qué difícil es adivinar su contorno por la noche!

          Al poco, vemos los faros de Punta Almina en Ceuta y Punta Europa en Gibraltar. Ahora, como suele ocurrir generalmente en la zona, se levanta un viento de mil demonios que nos dificulta el paso por Punta Europa, pero toda la tripulación ha pasado por aquí cientos de veces y no representa nada especial a lo que no estuviésemos habituados. Además, llevábamos un barco magnifico, marinero y curtido, de muy buen gobierno.

          Doblando Punta Europa se despliega ante nuestros ojos la espectacular visión de la Bahía de Algeciras. La tremenda contaminación lumínica de la costa nos impide ver la luz verde que nos indica la dársena de estribor del puerto. Los que hemos navegado de noche por estos lares ya lo sabemos. Hay que dejar los ojos entreabiertos y casi adivinar la posición. Mi alma romántica y marinera se hace añicos cuando alguien de la tripulación sugiere: - ¡Es mejor guiarse por las luces moradas del Carrefour, que se ven mejor! Un buen golpe de realidad que aún no logro encajar apropiadamente.



          Dejando la Alcaidesa a estribor, enfilamos hacia los pantalanes de Puerto Chico. Son las doce y media de la noche y hay gente que se acerca curiosa a vernos. Iniciamos la maniobra de atraque y vemos una multitud que saluda y vitorea alzando los brazos como si se tratara de la culminación de una hazaña prodigiosa e inenarrable que hubiese tardado años en realizarse. Evidentemente, se trata de las familias de los navegantes que han acudido a recibirnos. Terminado el amarre, la gente sube al barco y entre abrazos, besos y saludos, en medio del tumulto se oye a una de las mujeres cantar: ¡Por la bahía, yo quiero ser marinero por la bahía, bajo el azul de los cielos en el mar de Andalucía…!

          Ya estábamos en casa.

 

ENRIQUE EMBERLEY

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